lunes, febrero 20, 2006

La confesión de la locutora.

Niigata, Japón.

Maho Hagagawa, una periodista y presentadora de televisión de Niigata, al norte de Japón, reconoció el pasado jueves, durante la emisión de las noticias de las nueve, espacio que dirige, edita y presenta desde hace seis años; que desde hace mas de tres, ha introducido detalles, datos e informaciones falsas en las noticias.
De forma sutil pero intencionada, la periodista mezclaba hechos ciertos con detalles y datos de cosecha propia, durante la emisión del espacio de noticias de referencia y mayor audiencia de la emisora en la que trabajaba.
Hagagawa, que se dio a conocer por destapar con sus investigaciones periodísticas una red de corrupción que abarcaba a políticos locales y empresarios de la restauración de Niigata, explicó con lágrimas en los ojos que había estado mintiendo a la audiencia durante tres años, y que lamentaba no poder compensarles por ese: “grave delito contra la verdad”, en palabras textuales.
Sus compañeros de informativos asistieron atónitos a la confesión de la periodista. En medio del dramático silencio que se hizo tanto en el plató como en la redacción, se oía la quejumbrosa voz de la locutora a través de los altavoces del edificio. Desde sus casas, los espectadores atentos y conmocionados escuchaban aquella inesperada revelación de una periodista a la que habían admirado y seguido durante tantos años. La ciudad se paralizó durante unos instantes; la gente, al igual que en las películas, se agolpaba ante los escaparates de las tiendas de televisores, en medio de la calle. Tan solo en un lugar en toda la ciudad aquella declaración provocó revuelo y carreras por los pasillos; se trataba de las oficinas de la planta 16 del edificio Hikoyama que pertenece a uno de los más importantes bufetes de abogados de la ciudad y que se encarga de representar legalmente a la emisora de televisión.
Hagagawa, tras una pausa para beber agua, agachó la cabeza y dejó de mirar a cámara por primera vez en seis años de contar noticias, y en tono grave explicó el por qué de aquellas mentiras con las siguientes palabras: “Hace tres años, mientras paseaba a mi perro por un bosque en los alrededores de mi casa, una potente luz que vino hacia a mi a través de los árboles me cegó y me hizo caer al suelo. Al despertar estaba estirada sobre una superficie metálica que hacia como de camilla, en una gran habitación blanca cuyas paredes eran de luz también blanca y brillante. Unos hombrecillos de grandes ojos negros y brillantes, me explicaron que habían implantado un chip en mi cerebro, a través del cual, me enviarían información que yo introduciría entre los hechos reales de las noticias cada noche.”
En ese momento la emisión se interrumpió. Tras unos instantes, la imagen volvió a los televisores y un compañero de la periodista ocupaba su lugar y leía ante la cámara las últimas noticias como si nada hubiese pasado.
La periodista, aconsejada por sus preocupados familiares, recibió ayuda psiquiátrica por parte del doctor Mizoguchi, que declaró ante la prensa que la paciente sufría recurrentes alucinaciones psicóticas y que su mal respondía a un síndrome poco conocido pero no por ello menos frecuente denominado, Síndrome Mathieson, que algunas personas, en especial periodistas, sufren.
Uno de los primeros casos publicado en textos científicos, y que da nombre al síndrome, es el de Bill Mathieson, redactor por los años cuarenta del Morning Star de Minesota, Estados Unidos.
El caso de este periodista no es muy diferente del que se ha conocido esta última semana en Japón. En el caso del americano era Satán el que dictaba las noticias que el periodista debía publicar cada día.
El norteamericano, que destacó por una serie de reportajes sobre la conferencia de Yalta, terminó ingresado en un sanatorio, y siempre mantuvo que sus fuentes eran fidedignas y que en sus años de redactor jefe no había encontrado otro reportero más y mejor informado.
Otro caso es el de Lucio da Costa, periodista deportivo de Sao Paulo, Brasil, que falseó los resultados de los partidos de la liga nacional todos los domingos durante cinco años.
Cuando se descubrió el engaño, da Silva se justificó diciendo que el fantasma de Garrincha se sentaba cada noche a los pies de su cama y le dictaba los resultados. Él se limitaba a escribirlos en una libretita que guardaba en la mesilla de noche.
Según el doctor Mizoguchi, la incidencia de éste síndrome entre la prensa es mayor de lo que se pudiese creer y que a la luz de los resultados de sus investigaciones podría afectar a uno de cada trescientos periodistas colegiados en el mundo.